
Revolución en la Aldea
Revolución en la Aldea 1532
Sulata (Mujer hermosa) Narradora
De cómo conocí al padre de mi hija: Wayamara.
Como todos los meses para celebrar la fiesta del Plenilunio, los hombres vinieron a la Aldea del Río, llegaron a la ensenada en un grupo bullicioso de canoas. El ronco sonido de las caracolas y tambores, anunciaba su llegada.
En esta ocasión, además de los niños, muchas madres habían bajado a recibirlos, pues desde hacía unos días, nos llegó la noticia de que viene con ellos el náufrago viracocha. La algarabía bulliciosa que los acompañaba subía la pequeña cuesta, sombreada de chirimoyas. Atravesaron toda la aldea hasta el templo, donde les esperaba la MAMA-COYA Kori, con ella estaba yo, su hija Sulata.
Mi Madre se había puesto, para la ocasión, algunas de las vestiduras rituales. Se quitó su vestido de trabajo, después de lavarse las manos del barro que había trabajado. Tomó de un gancho de la pared, una túnica de algodón, verde intenso con pequeñas flores de verde más pálido. Se la echó sobre la cabeza, la ciñó con un grueso cinturón de cuero con incrustaciones de plata y oro. Se puso el adorno de nariz de oro y plata. Y por último se colocó como diadema, la corona de cobre dorado.
Por lo que luego nos dijo Diego, lo que más le llamó la atención fueron los tatuajes de sus manos. Yo ya tenía tatuadas las arañas de los pies y la serpiente en mi brazo, pues cada año la heredera era marcada con las señales de su futuro poder.
Le vimos acercarse temeroso, tal vez cohibido, sin saber cómo manifestar su respeto. Mientras asciende por la rampa de las cinco plataformas que ya tiene nuestro Templo, buscaba a su alrededor qué hacían los demás, pero al no ver nada extraño, pensó que lo mejor era poner una rodilla en tierra, luego nos dijo que esa era la manera de actuar delante de la Reina de Castilla. Y así él lo hizo.
Fue un momento de emoción y silencio, hasta que dijo, mirando con determinación a la MAMA-COYA Kori:
- Deseo pedirle permiso para celebrar la fiesta en su Aldea, desde que he llegado todos me han recibido con afecto y deseo corresponder.
Mi madre lo miró, sorprendida de que pudiera entender lo que decía, pues aunque no hablaba claramente nuestro idioma, se le entendía casi todo. Se acercó hasta él y agarrándolo por los brazos, le hizo levantar, y con gestos pausados y ceremoniosos lo abrazó, acogiéndolo en nuestra Aldea, rodeada del alborozo de los presentes.
No pensé lo mucho que llegaría influir en mi vida futura, aquel joven conquistador, que abrazaba a mi madre con afecto.
Aquella noche nuestra MAMA-COYA le invitó a comer. Cuando nos reunimos en torno a la hoguera, a la puerta de la casa, nos sorprendió que no se sentara como nosotros, con las piernas dobladas por delante de tal forma que las rodillas queden altas, al nivel de la barbilla.
-Perdonar que no os imite en vuestra forma de sentaros, pero como no estoy acostumbrado, estaré demasiado incómodo para comer con tranquilidad.
Vimos que se sentó con las piernas cruzadas delante.
Durante varios días nos reunimos con él y nuestras preguntas a veces a él le sorprendían, pero eran fruto de nuestro desconocimiento de su modo de vida, en algunas cosas tan distinto al nuestro, en otras ocasiones al escucharle no podíamos salir de nuestro asombro. Yo casi no me daba cuenta, pero desde que llegó era muy frecuente que me acompañara a las gestiones que me encomendaba mi madre la MAMA-COYA y me agradaba su compañía, no dejaba de contemplar el color sonrosado de su piel, y cuando se bañaba en el río mostraba las partes del cuerpo que no estaba bronceado, me resultaba un color muy atractivo, así como su pelo castaño claro y sus ojos misteriosos. Pero un día mi madre se acercó y sin muchos preámbulos le dijo:
-Se acaba la semana de la fiesta y si quieres permanecer en la Aldea, tienes que marchar a la aldea del Mar con los hombres hasta el próximo Plenilunio, esas son nuestras costumbres, y todos, las tenemos que cumplir.
-De acuerdo, MAMA-COYA -contestó Diego- estoy dispuesto a permanecer en este sitio pues me habéis recibido, como me habría recibido Doña Catalina, de la que tanto os he hablado.
En la Aldea del Mar, le fue muy fácil incorporarse a la pesca, pues aunque nunca había montado en un caballito de totora, la navegación la tenía en la sangre desde muy joven y se adaptó muy fácilmente a los trabajos que le encomendaban.
Yo conseguí que la MAMA-COYA me mandara ir a la Aldea del Mar casi todos los días, me resultaba más atractivo ir allí y estar con Diego a ir a por arcilla o entrenar llamas para las caravanas, cosas a las que nos dedicamos los jóvenes. Formábamos un grupo en casi todos los trabajos: Warakusi (Estrellita alegre), Pilpintu (Mariposa) y Yupanki (Aquel que tiene honra, honrado) puedo decir que eran mis mejores amigos.
-Sulata -me dijo Pilpintu, en un momento de tranquilidad, navegando por el Virú rumbo al mar- me parece que estás demasiado mirona, cada vez que te observo, te veo mirando a Diego, a veces, un tanto embelesada.
-Se te ve un poco ida -me importunó Warakusi- no será que te estás deslumbrando.
-Es muy viejo -apuntó Yupanqui, con un deje de envidia- tiene casi el doble que nosotros y además con los pelos en la cara parece deforme, no sé que veis en él.
Los vaivenes de la navegación interrumpieron la conversación, pero me quede pensando en lo que me decían. Cuando llegamos a las chozas de los hombres encontramos a Diego hablando, mientras ponían los peces en las cañas con sal, para secarlo. Wayna: (Hombre fuerte) preguntó:
-¿Cuánto tiempo estuvisteis navegando desde que salisteis de vuestro país hasta llegar a esta región, para vosotros desconocida?
-El último sitio conocido por nosotros, fue una isla llamada Gran Canaria y después navegamos más de un mes, ayudados por unos vientos llamados alisios que nos empujaban hacia el oeste, hacia lo desconocido para mí, pero no para Colón que ya había venido tres veces antes a estas tierras. Llegamos a isla de Martinica y a lo largo de un año visitamos muchas islas, a cada una el Almirante, cuando las rodeábamos y teníamos seguridad de que era una isla, le ponía el nombre que consideraba adecuado.
-¿Encontrasteis muchas islas? -me interesé, interviniendo en la conversación.
-Por supuesto, miles, algunas bastante grandes, se tardaba más de un día en contornear su costa, pero no nos detuvimos en ninguna, porque Colón venía de España con una misión: buscar un canal de acceso al siguiente océano que estaría más al oeste y que nos acercaría a las islas de las especies. En nuestra marcha hacia el oeste, nos encontramos con una costa, que nos impedía seguir navegando, hacia donde queríamos; derivamos hacia el sur desde donde estábamos, pero por mucho que costeábamos, no había ningún canal por el que avanzar hacia el oeste. Si encontramos mucho río, pero al llevar el agua dulce no podían ser una conexión con el otro mar, pues solo a algunos marineros se le ocurría pensar que podía haber un océano de agua potable, no había manera de encontrar ese acceso. Las dos naves que aún teníamos estaban en mal estado por eso intentamos regresar a Cuba, pero naufragamos en Jamaica. Todos los barcos estaban ya afectados por los gusanos de la madera y podridos, y comenzaban a hundirse, siendo la única solución achicar el agua con cubos. En medio de esos desastres, el cielo empezó a oscurecerse y las olas se alborotaron, Colón sabía, por sus conversaciones con los nativos de la tribu de los Taínos, que se nos acercaba un huracán.
-Acá, -explicó Wayna- no tenemos el problema de los huracanes, hay tormentas, pero como tú describes a los huracanes, no son las tempestades que conocemos.

-Pues no sabéis de lo que os escapáis, los huracanes son el mayor peligro en la navegación entre aquellas islas. Nosotros conseguimos llegar hasta Jamaica y en sus costas encallamos lo que quedaba de los barcos, habíamos naufragado en una isla desconocida. Hicimos un campamento con las maderas, medio podridas de las naves; intentamos convivir con los nativos que nos ofrecieron comida. Allá las peripecias fueron muchas, pero yo ya casi no me acuerdo de los días de calor y hambre, porque nos peleamos con los nativos y pagamos las consecuencias, nos quedamos sin su ayuda y la necesitábamos para sobrevivir. Colón envió a uno de sus capitanes y seis marineros para que pidiera ayuda. Marcharon y pasaron seis meses y nadie había venido a rescatarnos, hasta que por fin apareció en la isla una carabela en ese momento tan solo quedamos 110 vivos de ellos solo 72 regresaron España, los demás decidimos permanecer en el Nuevo Mundo. Yo dejé de ser grumete y me convertí en granuja, como ya os he dicho.
-¿Qué te impresionó más de estas tierras? -Le dijo Yupanki (Aquel que tiene honra, honrado).
-Demasiadas cosas son impresionantes aparte de los huracanes, que muestran una fuerza descomunal de la naturaleza, algo desconocido en los mares europeos, pero en el mar Caribe relativamente frecuentes y muy peligrosos, por los vientos de fuerza extraordinaria que forma un torbellino girando en grandes círculos, cuando se va desplazando, acompañado por lluvias torrenciales; todo junto, al alcanzar a un barco, lo zarandea de tal manera que su maderamen ruge como un animal atrapado, con frecuencia se rompen la velas y el barco queda como un juguete descontrolado que termina hundiéndose. En casos así, he perdido a muchos compañeros, a veces pienso en la protección que me consigue Doña Catalina, me va sacando de tantas situaciones de peligro.
¿Y otras cosas te llamaron la atención? -insistió Yupanki.
-Ya te he dicho que muchas: la majestuosidad de los Andes nevados y como no la belleza de las mujeres nativas, que saben mirar de una manera intrigante -y dirigiéndose a mí- Sulata, como se llama las flores que cubres de dorado aquellas lomas, pues el contraste con el azul del mar espléndido.

- Esas flores las llamamos Amancae y todos los otoños adornan con ese manto los montes, pero tiene un tiempo de vida muy corto de 2 a 4 días, aprovecha ahora para contemplarlas porque son muy tímidas y muy pronto desaparecen.
Ante esas palabras dirigidas a mí, me sentí descubierta y dirigí la mirada hacia el mar, perdiéndome en sus olas, sin atreverme a fijarme en el rostro de Diego, le conteste y sin dilación me levante, marchando hasta la salina, para ayudar a mi amiga Warakusi en la preparación de los costales de sal que llevaríamos esta tarde hasta nuestra Aldea.
Así un día y otro, llegábamos a orilla del mar y yo terminaba buscando a Diego, a veces había salido al mar de pesca y como no se alejaban mucho, los podíamos ver bregando en las totoras, hasta que volvían la mayoría de las veces con peces grandes. Otras veces estaba en el secadero de peces o en la salina.
-¿Y qué fue de Juanillo? - le pregunté mientras paseábamos junto al secadero.
-A ella, con su cuadrilla de amigos, no le costó mucho adaptarse a la vida de los conquistadores, cuando iban en el barco se esforzaban en cumplir las órdenes que le daban, creándose fama de disciplinados, tenían asegurada poca comida, pero más de la que gozaban con sus latrocinios en el pasado. Como a ella le gustaba, siempre que los barcos llegaban a puerto, se escabullía con algunos de ellos y se buscaba la vida en las tabernas de marineros y comenzaba con sus trapicheos, en uno de esos puertos la perdí de vista luego me llegaron noticias de que se había casado convirtiéndose en la mujer de un Encomendero por la zona de Piura, ese encomendero es uno de sus amigos desde cuando íbamos de correrías todo juntos; aunque más que la mujer, es la Encomendera camuflada, pues solo detrás de un hombre, ella puede hacer lo que más le gusta: manejar, por lo escondido, las personas y a las coyunturas misteriosas de la vida.
-¿Y qué es un Encomendero?- pregunto Yupanki.
-Es un soldado o capitán que como recompensa por los méritos en el servicio de armas, recibe un valioso premio. No les dan tierras que seguían siendo del Rey de España, sino que le encomendaban unos nativos que trabajarían para él, adquiriendo la obligación y la responsabilidad de enseñarle la nueva Religión en compensación. Como me explico D. Adolfo es una institución, con una razón importante: los indígenas están obligados, en su condición de vasallo libre del Rey, a pagar tributo a la Corona como todos. El encomendero, como autoridad española, debía asegurar el poder real en todo el Perú. Pero, pasados los primeros años, los encomenderos dejaron de vivir en el lugar correspondiente a su encomienda, se fueron para Lima y explotaron a los nativos que le habían encomendado. Esta situación junto a los abusos contra los indígenas, llevó a la Corona a imponer el deber de residencia en la encomienda propia y a dar un buen trato a los nativos. Pero muchas veces eso no se cumplió y se dieron demasiados abusos.
-Es difícil creer algunas de las historias que se cuentan de los españoles -pregunte un poco dolorida- ¿Cómo pueden ser tan crueles?
-Mira Sulata, yo no tengo por qué defender a nadie, solo puedo hablar de lo que conozco, y te digo: es frecuente que esa gente endurecida en miles de situaciones desde épocas de hambre a días sin dormir, siempre con miedo en las noches llenas de rugidos de fieras y otras múltiples situaciones dolorosa como asistir a la muerte de un compañero. Desarrolle muchos problemas de inseguridad, en algunos casos como reacciones desproporcionadas por el caos de su vida. Muy solitaria y sin el arraigo en una familia, que nunca tuvieron o han abandonado antes de salir de España. Se encuentran muy lejos y sin posibilidades de volver o de que su familia venga hasta acá. No es de extrañar que algunos enloquezcan de tristeza. Y se dejen llevar por el miedo irracional a perder lo que tienen y que en el pasado nunca habían tenido, ante esa posibilidad se comporten con brutalidad. Esto no justifica nada, pero a mí me parece que explica algunas actuaciones terroríficas.
Cada vez estaba más prendida de sus gestos tan varoniles y de la confianza que creaba a su alrededor, pues muchas veces, vi como algunos padres se acercaban a preguntar y sus respuestas llenas de sensatez les convencían, y se alejaban de él mostrando su gratitud; otras veces eran su respuesta a las preguntas de alguna madre sobre el trato que daban los españoles a las mujeres, él que ya llevaba un par de Plenilunios con nosotros, y veía nuestro modo de vida, no se limitaba a criticar el modo de actuar de los españoles, sino que alababa la manera que habíamos creado en nuestra Aldea, dando a las madres una situación de igualdad con los padres, para conseguirlo hemos dado el poder a la MAMA-COYA, a él le parecía muy importante que la heredera no fuera la mayor, sino una de las hijas elegida por todas las madres, así se evitaba que un hijo claramente incapaz heredara el poder.
-Nuestras tierras fueron conquistadas -explico un día a Wayna: (Hombre fuerte)- hace ya mucho tiempo, por los habitantes de Roma, también nos subyugaron y los que se resistieron fueron llevados a Roma como esclavo, eso leí en un libro que me dio Don Adolfo, y ese Imperio bastante parecido al de los incaicos, con sus ejércitos avasalladores, dispuestos a conquistar todo el mundo conocido, primero por las buenas y después si se resisten, por las malas, así crearon un imperio grandioso, aunque no fue tan extenso como el Incaico. Varios Emperadores indignos se hicieron con el poder, pues eran el heredero natural: Calígula, Nerón y otros; vosotros, eligiendo entre las hijas de la MAMA-COYA, podéis buscar a la mejor.
Desde tiempo atrás, me gustaba salir de mañana, a la orilla de Virú, aquella mañana el viento movía mi melena, mientras yo corría, casi huyendo de mis pensamientos, pues cada vez era más fuerte mi inclinación hacia Diego, no lograba quitarme de la cabeza su rostro y menos su mirada. Ya empezaban los rumores, no siempre bienintencionados, a recorrer las callejuelas de la Aldea. Pues aunque me costó, pronto empecé a confiar en sus palabras, aunque a veces su mirada me obligaba a sospechar que no llegaba a conocer todo lo que pensaba.
Ya calentaba el sol cuando, varios días después, llegó Kinu corriendo a la casa de la MAMA-COYA en busca de Kori, a nadie más podía decirle lo que había visto, pero no la encontró en la casa ¿Dónde podía estar a esa hora?
Nadie supo darle noticia. Pensó que estaría en el río, aunque no tenía motivo para justificar esa posibilidad. Volvió a correr bajando la cuesta de las chirimoyas, al llegar a la ensenada preguntó por ella. Nadie le sabía dar razón. Una Madre que buscaba metales en el agua, le dijo:
-Por aquí no la he visto en toda la mañana.
Podía estar en cualquier sitio. Volvió a la casa, decidió que la mejor manera de encontrarla era permanecer en la puerta, por allí tendría que aparecer, además las piernas no le daban mucho más.
Estaba esperando cuando pasó y se detuvo a hablar con él una de las Madres de más edad, preguntándole por Kori, al decirle que él también la estaba buscando, no quiso decirle nada y se marchó. Pasó un buen rato hasta que llegó Kori, venía del huerto donde una madre le había pedido ayuda para algún asunto de aguas.
-Kori, ¿tengo que hablar contigo?
-Bien, pasa al taller, allí podemos hablar con tranquilidad.
Cuando se vieron solos, Kinu le dijo apesadumbrado:
-Acabo de ver a nuestra hija Sulata junto con Diego, me ha parecido que puede haber problemas. ¿Qué pasará si decide elegirlo como esposo?
-¿Pues no sé qué puede pasar?
-¡Te parece normal!, nunca una MAMA-COYA ha tenido por esposo a alguien que no fuera de nuestra Aldea. Y menos alguien como Diego, que ha venido de otra cultura y con unas extrañas costumbres. Es cierto que se ha adaptado muy bien a nosotros, pero ¿Qué piensa en su interior? A veces me preocupa, que tras la fachada de normalidad, no podamos intuir sus pensamientos ni sus deseos. ¿Y si no es lo que nos hace creer?
-Te entiendo perfectamente -le dijo Kori - he hablado con ella y estamos pensando en cómo resolver el problema, pues ella está decidida a elegirlo, veremos que sucede cuando se lo diga a él y le aclare nuestras costumbres al respecto.
- No crea que me quedo tranquilo, va a ser una revolución, mucho mayor que cuando lo de Dumma.
Efectivamente tuve una conversación con Diego, y como me había aconsejado mi madre le explique claramente a lo que se comprometía.
-Diego, llevas muy poco tiempo entre nosotros, vemos que aceptas nuestras costumbres y estás dispuesto a vivir con nosotros, pero a veces, cuando te miro a los ojos, me pareces un enigma, nos ha llegado noticia de que el último Inca, aceptó vuestra religión antes de morir, yo tendré que aceptarla antes de casarme contigo.
-Sulata, yo aprendí a rezar al Dios de Doña Catalina, y a la madre de Dios: Santa María. Desde que estoy con vosotros, no he dicho nada de mi religión, porque nadie me ha preguntado, y para mí es algo personal e íntimo, acá no tenemos templos a ese Dios y yo no puedo exigir que cambiéis vuestra religión, pues pienso que en ella no todo es malo, al revés, pensáis muchas cosas que un cristiano de verdad debería defender. He visto con qué reverencia celebráis el Plenilunio, con qué cariños os tratáis unos a otros, cómo defendéis la verdad y cómo cuidáis a los ancianos. Todo eso es el resumen de los 10 Mandamientos de los cristianos.
-Pero para nosotros ¿la Luna es nuestra diosa?

-Sí, espera antes de decir nada más, escucha, lo que yo he oído es que pensáis que la Luna fue creada por un dios superior, Viracocha, que creó: el Sol, la Luna, la Pachamama, la Mamacocha. No estáis afirmando que sean la Luna, el dios supremo, ese Dios supremo puede ser el de los cristianos, aunque lo llaméis Viracocha.
- Si eso es lo que pensamos y así, adoramos a Viracocha a través de sus creaciones que tenemos más cerca el Sol (Inti), la Luna (Mama Killa). Pero algún día me tendrás que hablar de tu religión.
Así fue como en el año 1533 se celebró en nuestra Aldea una boda totalmente extraordinaria.