Los libertadores en el Cusco 

Ciudad del Cusco, 1512

Mullu (Hombre cuya presencia trae suerte): Narrador.

En el que se refiere a los acontecimientos que les llevaron a encontrar y liberan a las secuestradas.

A media mañana la llovizna empezó a ceder, el aire estaba limpio y daba gusto respirar, pero nosotros no estábamos acostumbrados a tanta lluvia. En nuestra Aldea, muy de vez en cuando, caía una tormenta, que apenas duraba unas horas, en cambio, aquí podía estar todo el día y, a veces, varios días, sin dejar de llover.

Soplaba una ráfaga de aire gélido, que arrebataba de los árboles las últimas hojas de aquel largo otoño. Llevábamos ya más de un Plenilunio andando y el camino cada vez se hacía más agreste, cuesta arriba. Los restos de nieve hacían que mis pies se deslizaron a cada paso. Cada resbalón, causaba que algunas piedras rodaran pendiente abajo, hacia el abismo. En los neveros se nos hundían los pies, a veces hasta la rodilla.

Me asomé al borde del precipicio, desde donde se disfrutaba de la inmensa belleza, de un valle de exuberante vegetación, y en el fondo, una pequeña laguna de aguas transparentes, en la que se reflejaban las nubes grises. En un prado cercano pastaban rebaños de llamas y vicuñas, algunas se acercaban a beber de la laguna, otras se alejaban trotando por la ladera. A lo lejos unos nativos reparaban un puente mientras, una pareja de cóndores sobrevoló el precipicio, entre las rocas tenían su nido.


Puente
Puente

La amanecida era muy fría. Transcurrieron largos minutos. El manto blanco de los montes ya lo tenía muy conocido, pero de pronto comenzó una gran nevada, una maravilla cubriendo poco a poco la tierra. Era la primera vez que contemplaba caer la nieve. El viento arremolinaba los copos que se podían vislumbrar en la tímida claridad de la mañana.

Cuando llegamos al Cusco, nuestra prioridad, por supuesto, era encontrar y ver la manera de liberar a Kori, Ururi y Kurmi, para eso habíamos venido.

En las afueras de la ciudad, cada año, se concentraban los asistentes a la fiesta. En chozas improvisadas, donde pasaban varias noches. Las hogueras reunían a su alrededor a familias enteras. Cada amanecer un suave rumor de voces y gritos me aseguraba que el poblado se había puesto en marcha otra vez. Como estábamos resueltos a no perder ni un solo día, a la mañana siguiente, Utuya nos dividió en pequeños grupos que cada noche nos reuniremos en la puerta del Koricancha, para luego recogernos en el poblado donde pasaremos la noche.


Así empezaron nuestras correrías por la gran ciudad. Visité el Koricancha con Kinu y Qalani, encontramos una escalera tallada en piedra que descendía hasta una especie de sótano, entrecerré los ojos al asomarme a la penumbra, hasta que me acostumbré. Pude entrever un montón de antorchas apiladas junto a una mortecina hoguera. De allí surgían dos pasadizos, elegimos al azar uno y lo seguimos, pasando por diversos recintos, en cada uno de ellos subía una escalera, que como comprobamos llegaba a cada uno de los palacios. Qalani marchaba delante con una de las antorchas. El aire, a medida que avanzábamos, se volvió casi irrespirable, con olor a tierra, moho y humedad, la luz de la antorcha se atenuaba. La fría humedad lo impregnaba todo y en ese ambiente se adueñó de mí, el desánimo.


Caminamos durante mucho tiempo impresionados y también asustados por las cosas que veíamos o intuíamos. Poco a poco, el techo empezó a retirarse de nuestras cabezas y las paredes se alejaron. Si iba haciendo más ancho el pasillo, hasta que de pronto estábamos en el centro de una sala ancha y alta con varias escaleras que subían al gran templo, el Sacsayhuaman.

Al salir al exterior por la puerta del Acantilado, el viento batía con fuerza entre las piedras y era muy difícil escucharnos, pero lo que nos interesaba era buscar un posible camino de fuga. Este podría ser un buen camino de huida, pues desde el centro de la ciudad, este túnel nos llevaba directamente a campo, sin que nadie nos molestase. Regresamos por aquel túnel hasta el Koricancha.

Varios días hicimos el mismo recorrido, llegando a conocer muy bien todos los recovecos, además preparamos lo que necesitaremos para la huida, ya en el campo, en una cueva, muy cerca del templo. No sabía por qué, pero estábamos convencidos de que conseguiríamos liberarlas y que ese sería el camino de huida.

El frío nos aturdía con frecuencia y también el ruido constante de la gente. Para nosotros también era extraño el continuo murmullo de las fuentes, varios chorros de agua brotaban de cualquier pared de piedra, no se parecía ni al mar ni al Virú. En la Aldea no había ningún manantial, siempre se iba hasta el río a por agua. En cambio en esta ciudad aparecían -por cientos- distribuidas por plazas y calles. Qalani estaba muy interesada y estudiaba el sistema, pensando en hacer lo mismo en nuestra Aldea. Comprobó como el agua pasaba de una fuente a otra, desde la parte alta de la ciudad hasta el río, lo mismo podíamos hacer nosotros con el agua que baja por la ladera del cerro Saraque.

En nuestro deambular por las calles del Cusco, cuando volvíamos al lugar donde nos reunimos: la Koricancha. Una noche creí escuchar pasos que nos perseguían, nos ocultamos en un portal. El corazón me bailaba en el pecho, esperé temeroso en la oscuridad, durante un rato en vano. Al poco aparecieron tres soldados que siguieron su camino entre bromas. La tensión nos hacía ver peligros por todas partes, en medio de mi desazón, logré serenarme y reunir suficiente valor para continuar.


Como cada mañana nos acercábamos a la plaza principal para asistir a las ceremonias de la fiesta preparatoria del Inti Raymi. Las calles y plazas siempre estaban abarrotadas de gente de todas las partes del Imperio. Empezaban los tres días antes del 21 de junio, en esos días no se podía encender ningún fuego en la ciudad y así se preparaban para la fiesta que luego se prolongará hasta tres días más.

El día de la fiesta, 21 de junio celebraremos la gran Fiesta de Kinsa Inti.

Un rumor seco, murmullo de cientos de voces susurrantes, crecía a medida que la gente se agolpaba en la plaza, ocupando todos los sitios. Así transcurrieron algunas horas en un ambiente de tensa y fría espera. De vez en cuando, el murmullo crecía, con el alboroto de los criados de algún Cacique que llegaba, empujando para situarse cerca de la tribuna del Inca.

Todo comenzó cuando, poco antes del amanecer, toda la plaza se llenó con el sonido de múltiples Caracolas y tambores que anunciaban la llegada del Inca. Me desperté de mis pensamientos y volví de nuevo al caos de la plaza. Vimos aparecer el Sapa Inca, el Inca Supremo, el gran Huayna Cápac sentado en el trono sobre una litera de oro macizo. Detrás, en otra litera, su esposa principal y hermana, la MAMA-COYA Rahua Ocllo, venerada igual que su marido. Delante de ellos, unos hombres, ricamente vestidos, voceaban a la multitud:


Inca
Inca

-Abrid paso, saludad al Hijo del Sol, nuestro gran Inca, el hijo de Viracocha, el Poderoso, el Supremo.

A continuación, en solemne procesión, el grupo numeroso de sus hijos e hijas. Llegando al centro de la gran plaza de la ciudad. El Inca Supremo subió, en la litera, al baluarte central y desde allí dirigió la vista hacia el este.

Los asistentes se descalzaron y, en silencio, miraban al horizonte, hacia donde esperaban el nacimiento del Sol. Transcurrió un largo rato de absoluto silencio. La aurora iluminaba poco a poco el cielo. Como las nubes, este año, no impedían la visibilidad del sol, este será un año sin especiales dificultades: sismos, tormentas dañinas, aludes mortíferos.

De pronto, el primer rayo del sol naciente asomó. En ese momento el Inca se puso en pie en su litera y besó a su Padre Sol; luego con gran ceremonia, cogió con sus manos, una gran copa de oro con chicha sagrada y con gesto solemne, invitó a beber a su padre: el Sol.


Ofrenda al Sol
Ofrenda al Sol

La multitud se estremeció y todos los asistentes se pusieron en cuclillas, con los brazos extendidos hacia adelante, en gesto de súplica, para recibir la fuerza vivificadora de Inti.

Después de beber el Inca, ya que es el Hijo del Sol, derramó la copa de oro, la de su Padre Sol, en el canal excavado en el suelo para que llegue la chicha sagrada hasta el Koricancha. Luego tomó otra gran copa de plata para invitar a beber a la MAMA-COYA y sus ministros. Lo que quedó, lo arrojó sobre todos los asistentes a la ceremonia.

Era la señal para que todos bebieran la chicha sagrada, que las Ñustas habían traído en grandes cántaros. La chicha corría a raudales entre los asistentes. También se repartían los panecillos de maíz que las Ñustas habían preparado para la Fiesta.

A continuación se realizaron las ofrendas al Sol, padre de todas las cosas y de todos los humanos y animales.

Con voz fuerte y ceremoniosa el Inca, en pie, declaró el año que había terminado, como un año bueno y productivo:


-Oh Inti. Hoy solo tengo motivos de agradecimiento. Hoy mi corazón rebosa felicidad contemplando, a la multitud de tus hijos reunidos en torno a mí, para celebrar la Fiesta.

-Oh Inti, este ha sido un año de numerosos bienes, que hemos recibido con agradecimiento de tus generosas manos.

-Oh Inti, las cosechas han sido muy abundantes, de todos los frutos que necesitamos, por Tu benévola y constante protección

-Oh Inti, los sismos han respetado a la Pachamama, Tú les has quitado su fuerza destructiva, antes de que nos afectarán con su poder demoledor.

-Oh Inti, te ofrecemos las cinco llamas negras, el choclo y las papas, manifestando nuestra gratitud y la absoluta dependencia de este pueblo a tu gran generosidad.


Todos los asistentes sabían, que si el Inca hubiera decidido que el año era aciago, había sacrificios humanos, mujeres, hombre y Ñustas. En cambio, al ser un año propicio, se inmolaban unas llamas negras, los únicos animales que son absolutamente puros pues tienen un color uniforme en todo el cuerpo -las llamas blancas tienen el morro negro-.

En medio del tumulto, perfectamente organizado, todos se pusieron en marcha hacia el Koricancha, en donde se volverá a encender el fuego sagrado, por medio de unos espejos. Ese fuego será repartido desde esta fogata a todos los fogones de la ciudad.

La ceremonia se acompañaba con danzas y ofrendas de grano, flores y animales, que eran quemados en las nuevas hogueras.

La carne de las llamas, una vez asada, era repartida entre todos los asistentes, hasta que todo se consumía.


Otra vez me maravillé de la explosión de color y de sonido. Ropas brillantes y multicolores. En la cabeza de las mujeres sombreros planos y dos gruesas trenzas de cabello y cintas de colores. Los hombres con una trenza sin adornos. Por un momento recorrí el lugar con la mirada hasta descubrir, con asombro, entre los acompañantes del Inca al grupo de las Ñustas, en primera fila caminaba Kurmi junto a las más pequeñas. Tres filas más atrás avanzan Kori y Ururi, tan juntas que parecía que iban de la mano. Me quedé atónito al ver el semblante de Kori, estimé que ella debía estar perdida en sus pensamientos, pues con el rostro rígido avanzaba, con la vestidura ceremonial, igual a la de todas las jóvenes vírgenes. Un repentino frío me hizo tiritar.


Ñustas
Ñustas

Utuya nos buscó con la mirada, pues nosotros estábamos dispersos entre la multitud en pequeños grupos. Cuando me miró, comprendí que ella también las había descubierto. Permanecí un buen rato paralizado, intentando decidir qué hacer. Utuya me sacó de mis pensamientos haciéndonos gestos para que no bebiéramos de la chicha, teníamos que estar en forma, por si surgía la oportunidad.

En medio de la multitud, nos fuimos reuniendo camino al Koricancha. Al terminar la ceremonia, los soldados llevaron al Inca y a la Colla a su palacio y luego acompañaron a las Ñustas hasta la Casa de las Vírgenes. Cuatro soldados quedaron custodiando la puerta y en la pequeña plaza danzaban algunos hombres y mujeres a nuestro lado.

La chicha sagrada era realmente embriagante y vimos cómo afectaba a los danzarines, algunos caían derrengados al suelo. En nuestro deseo de pasar desapercibidos también habíamos danzado y también nos fuimos recostando, simulando la borrachera.

No pasó mucho tiempo hasta que vimos como del interior de la casa, les llevaban, a los soldados de la puerta, un gran cántaro con chicha.

Utuya nos hizo llegar su instrucción:

-Cuando ella diera la señal todas las mujeres la seguirán, ellas más fácilmente pasarían desapercibidas dentro de la Casa de las Vírgenes, los hombres nos quedamos protegiendo su vuelta.

La chicha afectó, al poco tiempo, a todos los soldados, entonces Utuya se incorporó y simulando embriaguez, se acercó a la puerta.

Yo no llegué a reír, pero si sonreí, al pensar:

-¡Qué astuta es nuestra Utuya!.

Uno de los guardias se movió con languidez, la indolencia inducida por la chicha que enturbiaba sus sentidos, los demás dormitaban.

Las demás mujeres, imitándola, siguieron a Utuya entrando en la Casa de las Vírgenes.

Mucho después nos contaron, que al entrar vieron un pasillo con puertas a derecha e izquierda, cada puerta correspondía a una celda y en cada una vieron a una Ñusta más o menos ebria. Hasta que llegaron al final del pasillo que se transformaba en una gran sala, allí estaban todas las recién llegadas. Había tremendo júbilo, gritos y carreras, la chicha también les estaba afectando.

En el tumulto fue fácil encontrar a las que buscaban, porque Kurmi se abalanzó llorosa sobre su madre, lo mismo que Kori y Ururi, las tres estaban juntas tramando cómo escapar.

Después de la primera impresión todas iniciaron la huida.

Caminaron por el pasillo con pasos rápidos y decididos, procurando no llamar la atención, pero cuando estaban a punto de llegar a la puerta, un soldado del interior dio la alarma.

-Alerta, guardias, escapan unas Ñustas.

Los guardias de la puerta se medio despertaron y las atacaron, intentando retenerlas. Entonces nosotros pudimos intervenir, sacamos las porras que ocultamos bajo los ponchos y empezamos a defenderlas.

Un soldado, tambaleante, golpeó la cabeza de Ururi, fue un golpe dado con poca fuerza, pero que le hizo sangrar. Kinu atacó, pero fue rechazado con un empellón, cayó al suelo y dolorido se fue levantando.

Pero todos emprendimos la carrera hacia el Koricancha ahí, como habíamos previsto, nos metimos en el túnel y corrimos, guiados por Qalani, los dos kilómetros que nos llevarían, por debajo de toda la ciudad, hasta Sacsayhuaman.


Sacsayhuaman.
Sacsayhuaman.

Al salir de ese templo, nos dirigimos al Camino de la Sierra que partiendo del Cusco, pasaría por Cajamarca y llegaría hasta Quito, este Camino Real tenía entre 6 a 8 metros de ancho, estaba totalmente empedrado. Las cuestas eran salvadas mediante graderías y los ríos eran atravesados por puentes. En estos caminos existía mucha información para el viajero por ejemplo: indicaciones de distancias y direcciones, ubicaciones de los Tambos, etc. Mucho antes de llegar a Cajamarca, tomarían un sendero que también formaba parte del Camino Real, para llegar hasta el Camino de la Costa que pasaba cerca de nuestra Aldea.

Encontramos lo que habíamos preparado para la huida, comida y ropa, abandonamos el Cusco.


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