
Integración en la Aldea
Aldea del Río, 1477
Dumma: narrador
De la manera en que Dumma llegó a casarse con la heredera de la MAMA-COYA.
Al día siguiente, unos jóvenes trasladaron a mi padre a la Aldea del Mar. Mi madre eligió ser hilandera, pues en eso tenía alguna experiencia. A mi hermana y a mí nos acogieron los jóvenes con entusiasmo. Duchicela puso reparos en cazar cañanes, pero no en cuidar las llamas cuando se las confiaron.
Varios días después, Sisa, me pidió les acompañará en la correría de algunos jóvenes que cada mañana, llevaban comida a la Aldea del Mar y traían de allá la sal y el pescado.
Al llegar quedé anonadado. Yo había visto muchos ríos y algunos lagos, es más durante años viví junto a uno, pero al ver por primera vez aquella inmensa franja azul bajo un sol radiante, me quedé desconcertado. Era el mar. Las olas avanzaban y retrocedían sembrando de espuma la arena, en el rompiente estallan en miles de burbujas y a lo lejos no se veía ninguna orilla. Una gran roca se adentraba en el mar y dividía la playa, cuando llegamos la marea la convertía casi en una isla, aunque algunas pequeñas rocas, la unen a la playa. El viento llegaba después de acariciar el mar y cargarse de humedad.
Bajo unas palmeras, los hombres tenían las chozas, muy cerca a unos metros y a pleno sol, estaba el secadero de pescado. Sisa me llevó hasta la salina, se encontraba al otro lado de la gran roca.
A nuestro antiguo pueblo solían llegar, de vez en cuando, algún comerciante con sal, pero no me podía imaginar de dónde se sacaba ni cómo se obtenía.
En las salinas encontramos a mi padre, después de abrazarlo, me contó apasionado:
-Cuando llegué aquí, me quedé mirando el mar y la salina, como tú y todavía sigo asombrado. Me costó mucho dormir los primeros días con el murmullo de las olas, pero ya me voy acostumbrando. Como no sé navegar, ni por supuesto nadar, por ahora mi trabajo consiste en salar pescado y cuando termino, me vengo a esta roca a contemplar el mar y pienso en vosotros. ¡Cuánto le gustaría a tu madre ver el mar!
Estaba hablando con él cuando un hombre se nos acercó y me dijo:
-¿A qué no sabes cómo llamamos a esa roca? -señaló donde estábamos sentados- Con motivo de la llegada de tu padre, la designamos el Asiento de Chamba. Pues casi todas las tardes le encontramos sentado en ella contemplando la puesta de sol.

Ayudé a mi padre con el saco de sal y nos encaminamos a las barracas.
-¿Cómo se encuentra tu madre? -Me preguntó- ¿Se la ve a gusto en la nueva Aldea y con esta gente?
-Muy bien, muy bien -le expliqué- trabaja de hilandera y se le ve alegre y contenta.
-¿y Duchicela?
-Ya sabes como es mi hermana. Sigue protestando por algunas cosas. Pero cada vez está más a gusto y animada.
Al llegar colocamos el saco de sal en la barca donde la llevaríamos de vuelta hasta la Aldea del río.
Sisa se nos acercó y dirigiéndose a mi padre le dijo:
-La MAMA-COYA Kusi me ha mandado preguntar: ¿Qué tal estás? Y ¿Te gustan las faenas que te encomiendan?
-Me encuentro bien, el trabajo es duro, pero como los que estoy acostumbrado.
Varias horas después, con las barcas cargadas de sal y pescado, remontamos el río rumbo a la Aldea, al ir contra-corriente, tuvimos que hacer mucho más esfuerzo con los remos y en algunos sitios los remolinos zarandea la barca. Yo puedo asegurar estaba bastante atemorizado. A mi lado remaba Sisa, intenté ocultar mi miedo. Estaba seguro: ella me miraba de reojo, aunque lo disimulaba. Yo deseaba se terminara cuanto antes el trayecto. Pero llegamos a una zona donde el río se encajona y acelera. Para avanzar nos acercamos a una orilla, las totoras ralentizan la marcha. Tres jóvenes saltaron y nadando subieron a la orilla, desde allí jalaron con cuerdas de la barca, mientras los demás remamos entre los rápidos. Se veía aquellos jóvenes lo habían hecho muchas veces, mientras yo, más que colaborar me agarraba asustado a las cuerdas que aseguraban las mercaderías. No tardamos mucho en llegar a un remanso, los de la orilla volvieron nadando hasta la barca, los caballitos de totoras iban amarrados a la balsa. Solo me serené al ver de nuevo el embarcadero de la Aldea.
De vuelta le conté a mi madre lo visto y la conversación con mi padre. Ella deseaba también ver el mar.
En la Aldea, mi madre comenzó a trabajar con las madres hilanderas y le llamaba la atención cómo obtenían el color rojo y no podían conseguir el color de muchas de sus prendas. En nuestro pueblo el color rojo se obtenía de unos pequeños insectos parásitos de las tunas o chumberas. Como por aquí hay muchas tunas, sería fácil conseguirlo, así se lo dijo a la MAMA-COYA Kusi y con su autorización nos organizó a unos cuantos jóvenes para marchar a por los insectos. Me pidió fuese con ella y para mi sorpresa también se apuntó Sisa.
En el amanecer andábamos por la orilla del Virú, camino del mar, pues Sisa afirmó haber visto, en esa zona, algunas tunas, era una caminata agradable. Mi madre y Sisa platicaron con frecuencia, se las veía muy amigables. Cuando llegamos a una zona con tunas, mi madre nos explicó:
-¿Veis esas manchas blancas sobre la tuna? Ahí viven los insectos. Los llamamos Chupika, por el color sangre, con el que mancha nuestros dedos. Para cazarlos basta con raspar con un palo y recogerlos en un cuenco, así evitamos los pinchos, defensores de las palas de las tunas, para no dañarnos.


Después de ver la manera de hacerlo, nos fuimos dispersando por la tunera. A nuestro alrededor, revoloteaban los pájaros. Estábamos robando su comida. Tardamos toda la mañana en llenar cada uno su cuenco, pues aunque hay muchos, son unos insectos muy pequeños.
Cuando nos reunimos todos, mi madre nos sentó en una duna para comer, desde allí oteó por primera vez el mar. En el horizonte apenas se distinguía del cielo, una balsa se acercó a la orilla dejando una estela. No era probable mi padre viajara en ella, pues no sabía navegar y todos respetan su miedo, por ahora. Pero seguro eran hombres de la Aldea del Mar. Mi madre quedó anonadada y yo también, pues desde aquella altura, se ve la extensión majestuosa del azul, ribeteada con la espuma de las olas. Era una visión totalmente desconocida para nosotros, en aquel silencio roto por el piar y aleteo de los pájaros sentimos, por primera vez la inmensidad del abrazo de la Pachamama a la Mamacocha. El sol en lo más alto nos contemplaba. Después de un rato nos marchamos hacia la Aldea.
Al llegar, mi madre nos pidió pusiéramos, las Chupika sobre grandes esteras, las extendimos al sol.
-Mañana -dijo mi madre- ya se podrán emplear para teñir cualquier tela.
Al día siguiente hizo la primera prueba. Puso en una olla agua a calentar y cuando ya estaba hirviendo vertió un puñado de Chupika. Paulatinamente se tiñó de rojo sangre el agua, después metió una tela de lana de vicuña, durante un rato removió todo con fuerza, luego apartó la olla del fuego y fue sacando la tela impregnada de un espléndido color rojo.
Todos los acompañantes, la seguimos hasta la casa de la MAMA-COYA Kusi, donde le mostramos el fruto de nuestro trabajo.
Varios meses después, una atardecida mi madre me pidió la acompañara a dar un paseo solo los dos. Salimos por el camino de las Cascadas. No podía ni imaginármelo, aunque por su cara parecía algo la tenía preocupada, yo nunca he sido muy bueno leyendo pensamientos, pero a la luz de la luna se sentó sobre una piedra y me preguntó:
-Dumma, ¿Qué te pasa con Sisa?
-¿Con Sisa?, nada que yo sepa.
-No sé, siempre estáis juntos, Fue ella quien empezó a querer tenerte a su lado, pero ahora eres tú, quien la buscas constantemente.
Mi madre exageraba, Sisa me caía bien, me encontraba a gusto a su lado, la veía simpática, le estaba agradecido, nunca se burlaba de mi ignorancia, siempre me defendía.
-Mira, Dumma, estoy empezando a sospechar: Sisa quiere elegirte como esposo, ¿Qué piensas hacer? En este pueblo, son las mujeres las que eligen y los hombres no se pueden negar.
-Pero madre, eso es imposible, yo ni soy de aquí.
-Dumma, ¿en algún momento Sisa te ha dicho algo de tu melena?
-¿De mi pelo?
-Si, de porque no te cortas la cabellera como hacen ellos.
-No, Bueno una vez algo me dijo, pero ni me acuerdo. No parece preocuparle mucho eso del pelo.
-¿Y de otras de nuestras costumbres?
-Madre, yo no me hago ningún problema para aceptar todas sus tradiciones, por supuesto, si me pide cortarme el pelo, no hay inconveniente y lo haré.
-Dumma, tú lo sabes yo quiero lo mejor para ti, y me preocupa que os ilusionéis y luego tengáis problemas. No llevamos ni un año en esta Aldea y de vez en cuando a mí me sorprenden algunas de sus cosas. No conocemos todas sus tradiciones ni su historia. ¿Sabes lo que significa ser el esposo de la MAMA-COYA? Por qué Sisa es la heredera y será la MAMA-COYA.
-Estás haciendo un problema donde no lo hay, solo son suposiciones. Ya hablaré con Sisa.
Yo estaba entusiasmado, me llevaba muy bien con todos aquellos jóvenes. Y otra vez empezaron los problemas. ¡Qué complejo es el mundo de los mayores!
El día siguiente busqué la ocasión para hablar en solitario con Sisa, no fue nada fácil, no dejábamos de hacer cosas y cuando estábamos más o menos solos, surgían otras conversaciones. Pero al atardecer, en el río, Sisa andaba chapoteando, entre las rocas del corral de las tortugas, me vio llegar y se acercó a la orilla, nos alejamos de todos y nos sentamos debajo de un algarrobo.
Sin vaguedades le dije:
-Sisa, mi madre me ha dicho: pregúntale, ¿estás pensando en elegirme para ser tu esposo?.
-Ah, eso le interesa.
-Si, y como debes saber eso es algo irrealizable.
-Anda, y ¿Por qué es imposible?
La miré asombrado, mi madre tenía razón y yo no me había dado cuenta de nada. No solo era complejo el mundo de los mayores sino también incomprensible el de las mujeres. ¡Ahora me sale Sisa con esas!.
-Pero Sisa no te das cuenta: yo soy un extraño para ti. Y ni siquiera sé el significado de ser el marido de una MAMA-COYA.
-Y porque te complicas la vida, las cosas siempre son mucho más fáciles. Yo te elegiré como marido y ya está.
-Pero Sisa, no te van a dejar.
-Ahora mismo voy a buscar a mi madre y le voy a decir la decisión tomada y solo tiene única alternativa: obtener la autorización del Consejo.
-Bueno, eres muy libre, haz lo que considere adecuado, pero yo ya te he avisado
-No, pero se trata de eso ¿Cuándo yo te elija, me aceptarás? Es lo único que me interesa saber.
Ya llegábamos al meollo, esto se había liado ¿Qué le podía contestar? Me gustaría decirle que sí, y si mi madre tenía razón y solo conseguiría el rechazo de toda la Aldea. Sin embargo no estaba dispuesto a decirle: no.
-Creo debes preguntar a tu madre, antes de determinar nada.
-Mi madre hará lo que yo le diga. Nadie puede influir sobre mi decisión. Es mi vida y yo resolveré cómo vivirla.
Se puso de pie con rapidez. Yo busqué su mirada y la vi decidida entonces me dijo:
-Y tú tienes dos días para darme una respuesta.
Me miró directamente, con los ojos fijos en mí y con algo de descaro. Sentí como si me estuviera enfrentando a un desafío y por alguna razón eso me desconcertó. Fue un momento tenso. Hacía años no había sentido ese desconcierto. Se dio la vuelta y me dejó solo bajo el Huarango. Me levanté y la seguí, intenté retenerla para dialogar, pero apretó el paso y se alejó. Al llegar a la Aldea vi como se acercaba a su madre, y las dos se apartaban conversando.

Al día siguiente, cuando todos nos reunimos para ir a la Aldea del Mar, Sisa me dijo:
-Hoy no vienes con nosotros, la MAMA-COYA quiere hablar contigo.
Por cómo me lo contó, me malicié que las cosas habían ido bien para su objetivo.
Me dirigí a donde estaba la MAMA-COYA Kusi, y nada más llegar a su taller, ella me preguntó:
-¿Cómo estás Dumma? -Me miró con una sonrisa- Ayer mi hija me lo dijo: te va a elegir para marido, pero queda pendiente tu aceptación. Tú solo debes consentir, no olvides quien elige es la mujer y si el hombre no acepta ese año no puede ser elegido por otra hasta el próximo año.
-¿No será un problema que yo no ser de la Aldea?
-Va a ser la primera vez, pero Sisa está decidida y no hay nada en contra, si tú aceptes nuestra cultura. Es más, en el último Consejo hemos determinado decir a Duchicela que si quiere, puede elegir como marido a algún joven de la Aldea. Pero no le digas nada, debo ser yo quien se lo comunique. Búscala y dile que quiero hablar con ella.
No sabía dónde encontrar a Duchicela -buscándola- me enteré había marchado a la cascada de los guacamayos a por arcilla. Volví con esa noticia a la MAMA-COYA Kusi, me recibió sonriente con las manos llenas de barro en medio de su taller.
-Dumma ¿estás más tranquilo? ¿Sabe algo de esto tu madre?
-Por supuesto, ella fue la primera en decirme que Sisa me iba a elegir como marido.
-¿Y está de acuerdo?
-Solo le preocupa la decisión del Consejo, no quería crear un problema en la Aldea.
-Pues vete, y dile a tu madre: se acaba de reunir el Consejo de las Madres Ancianas y están de acuerdo con la decisión de Sisa.
Ya todo estaba claro, no habría problemas, si las Madres Ancianas habían decidido una cosa, por supuesto el Consejo de Madres lo aprobarían. Busque a mi madre y la puse al corriente, para mi sorpresa ella se alegró y me dijo:
-Ya te puedes ir cortando tu cabellera.
-Nadie me lo ha dicho -le contesté entre bromas - solo tú estás obsesionada con mi pelo.
-No es tu pelo, ya verás como Sisa te hace cambiar de costumbres. Terminará gustándote el ceviche de cañan y todas las cosas de esta Aldea.
Entre los jóvenes hubo comentarios cuando se fue conociendo la noticia, aunque a la mayoría no les sorprendió, sobre todo a las chicas.
Mi hermana Duchicela sí había tenido problemas, pues desde el principio se sintió algo desplazada, todas las chicas de su edad ya estaban casadas y muchas de ellas hasta tenían hijos, además siempre se veía fuera de nuestro grupo. Por otro lado era muy presumida, y teniendo en cuenta como llevábamos el pelo en nuestro pueblo: le poníamos un aro de tela bordado alrededor de la cabeza, alguno descuidado lo hacían de piel de calabaza. Se recoge todo el pelo y se enrolla en la parte superior. Por eso nos llaman los incaicos despectivamente: cabeza de calabaza "mate-uma" al fijarse solamente en los que van desaliñados.
Duchicela siempre lo adornaba con plumas de guacamayo. Así es como se llevaba en las fiestas de nuestro pueblo, pero aquí llamaba demasiado la atención. Y qué decir cuando se lo soltaba para lavarlo en el río, al principio si no estaba muy limpio, no, pero después el pelo se extiende sobre el agua antes de hundirse formando una nube alrededor de su cabeza.
¿Alguien se puede imaginar la cara de Duchicela cuando le dijeron lo de elegir marido? Para empezar creyó debía elegir marido. Era obligatorio. Ella ni siquiera se había fijado en los jóvenes de la Aldea. No los valoraba inferiores, pero sí demasiados pequeños para ella, con sus quince años ya se consideraba mayor, solo podía elegir entre un grupo de niños de apenas doce años.

Cuando llegó la fiesta de la elección, la MAMA-COYA entregó las casas a cada joven, después volvieron al templo y allí comenzaron la danza. En primer lugar eligió Sisa, se colocó a mi lado enlazando mi cintura con una cinta. Después le tocó -por edad- a mi hermana Duchicela. No lo debo decir, pero dio un espectáculo, tras de varias vueltas alrededor de los jóvenes, intentó enlazar a Takiri (Hombre que crea música). Takiri se zafó y se arrojó al suelo, la danza se interrumpió bruscamente.
-Yo no puedo casarme contigo -exclamó Takiri- nada me habías dicho y me causa mucha intranquilidad tu conducta en tantas cosas.
La MAMA-COYA Kusi se levantó de inmediato y avanzó unos pasos hasta los jóvenes, con voz fuerte manifestó:
-Takiri, no puedes rechazar una elección, si Duchicela te ha elegido debes ser su esposo.
-MAMA-COYA -contestó Takiri desde el suelo- yo no quiero casarme con alguien de fuera de la Aldea. Además no sabe o no respeta nuestras costumbres. No me había dicho nada.
-Takiri -dijo la MAMA-COYA- aunque Duchicela tiene sus propias costumbres, tú debes respetar las nuestras, y ya sabes: si te niegas a aceptar la elección, ya nadie te podrá elegir este año.
-Esto es injusto -se quejó Takiri- pero lo acato
Abandonó al grupo de danzantes y bajó de la explanada del templo uniéndose al de los padres.
-Duchicela -dijo la MAMA-COYA- quieres elegir a otro.
-No MAMA-COYA, yo también voy a dejar la danza.
Después se reanudó y todas las jóvenes eligieron marido.
Me gusta recordar como al año siguiente mi hermana Duchicela escogió a Takiri y en esta ocasión aceptó encantado, también fue un año muy especial para mí. De pronto me encontré casado, apenas llevaba nueve meses en esta Aldea y mi vida había dado un vuelco total.