Añoranza de una abuela, 

A orillas del Virú, 1479

Takiri: (El hombre que crea música). Narrador

Donde se narra la añoranza de Duchicela.

Cuando Duchicela me eligió como marido, me quedé espantado, pues había hablado con otra joven y teníamos decidido que esa joven me elegiría. Duchicela no me había dicho nada y al elegir en segundo lugar, se adelantó a lo aquella joven y yo teníamos concertado. Con su manera de actuar Duchicela rompía nuestra costumbre, pues en la ceremonia la joven elegía, pero antes el asunto se había hablado y siempre se llegaba a la ceremonia con todas las parejas decididas.

Después de aquel espectáculo yo quedé bastante dolido y me sorprendió la posterior reacción de Duchicela, descubrí como ella buscaba ocasiones para estar conmigo. Nunca había ido a cazar cañanes y ahora cada vez que me mandaban, ella hacía lo posible por unirse al grupo. Seguía sin querer cazarlos, le repugnaba tocarlos, pero llevaba el cesto donde los metemos. También con frecuencia la sorprendía mirándome. En medio del rechazo a su aspecto, yo tenía que reconocer que físicamente me atraía, era una mujer hermosa.

Mi sorpresa fue grande cuando, una mañana llegó al río, para unirse al grupo de los que íbamos a la Aldea del Mar.

¡Se había cortado el pelo al estilo de las demás jóvenes!

Dos trenzas adornadas con cintas de colores, enmarcan su rostro, finos aretes de oro pendían de sus orejas. Parecía otra, más joven y elegante. Aquel casquete de pelo enmarañado, sobre la cabeza, la avejentaba y afeaba. Para mí siempre había sido un adorno repugnante.

Desde aquel día, empezó a deslumbrarme, todo lo que hacía y hasta el acento con que pronunciaba nuestras palabras me sonaba más musical.

Por eso nadie se sorprendió cuando al año siguiente Duchicela me eligió y yo acepté decidido.

Aunque no puedo decir que fue la primera desilusión que sufrí, su reacción huyendo de la Aldea despavorida, sin decirle nada a nadie, cuando llegaron los soldados de Huacho, me dejó totalmente impactado. No había sido una reacción normal. ¡Todos tuvimos miedo! Pero nadie huyó despavorido.

Cuando volvió, le afeé que no me hubiera dicho nada, además su conducta me había parecido desproporcionada.

-Calla, cállate -me espetó, sintiéndose ultrajada- tú no has sufrido el ataque de un ejército en tu Aldea. Al verlo llegar he revivido lo que había sufrido no hace tanto en mi pueblo.

Cuando se enteró de que esos soldados iban camino de las tierras de su familia, a someterlos de nuevo, su reacción fue obsesiva.

-Tenemos que ir a ayudarles -repetía constantemente a todo el mundo- Me siento especialmente obligada a proteger a mi abuela.

Su abuela era la madre de su madre, la que se había encargado de cuidarlos, cuando Guatamba los tenía que dejar para acompañar a su marido en los trabajos de reparación de caminos y puentes, a los que les obligaban los representantes del Inca. Ante su insistencia yo me resistía ¡el viaje no solo sería duro sino también muy peligroso!.

Pero en su argumentación, Duchicela también se aprovechaba de mi afición.

-En ese viaje tendrás muchas oportunidades -me decía- de ver y conseguir nuevos instrumentos musicales.

Cuando yo era muy pequeño, mi madre me hizo una ocarina que aún conservo, era muy pequeña, para que yo, de apenas cuatro años, la pudiera tocar. Fue tal mi afición, que quitármela era el mayor castigo y cuando a los cinco años me pusieron nombre a todo el mundo le pareció bien que me llamaran Takiri (Hombre que crea música). Toda esa vieja historia, ahora, Duchicela la usa para que la acompañase.

Las madres estaban divididas pues, aunque todas sospechaban que el motivo era justificado: ayudar a su abuela. Pero a todos nos parecía una gran locura.

Ante la insistencia de Duchicela se reunió el Consejo.

Después de largas discusiones la decisión fue: si yo la acompañaba, nos podríamos unir a la caravana que llevaría, como todos los años, sal a Cajamarca. Desde allí podríamos marchar, nosotros dos más al Norte a la tierra de los Cañaris.

Aquel año el jefe de la caravana era Kantuta (Hombre diestro en la caza). No me costó mucho convencerlo cuando fui a la Aldea del Mar a informarle de la decisión del Consejo.


-Creo que ya os habrán dicho -nos explicó, cuando le comunicamos nuestra intención de acompañarles- en aquella zona es muy importante cuidar las ojotas. Si no llevamos los pies bien cubiertos, la lluvia y la nieve nos lo hace pasar bastante mal, hemos conseguido, con cortezas de algarrobo, unas ojotas que protegidas con tela de llama, son muy útiles.

Un año más, partió la caravana de la sal a Cajamarca. Duchicela y yo nos incorporamos, no éramos los únicos novatos, pero si los más jóvenes, nosotros estábamos recién casados aunque no teníamos todavía hijos, todos los demás eran padres y algunos como Kantuta habían hecho el recorrido en diversas ocasiones.

Casi un Plenilunio después llegábamos a Cajamarca, y sin detenernos, atravesamos la ciudad y subimos a las Charcas.

Sayri (Hombre quien siempre da apoyo) apareció, de pronto, junto a una charca y se acercó a nosotros con saltos y muestras de alegría.

-Bienvenidos -exclamaba abrazando y besando a cada uno- No os esperaba tan pronto. Pero sois bienvenidos.

Sayri seguía viviendo, con toda su familia en los Baños, era desde el comienzo, el encargado del comercio de nuestra Aldea en aquella zona.

Cuando llegamos algunos conocían también a Illika, a la que Duchicela le explicó nuestro objetivo. Se volvió a repetir la misma historia, a nadie le parece prudente que viajemos por aquellas comarcas.

-Toda la información que nos llega -explicó Illika- es terrorífica. Son días de guerra. Los soldados del Inca están persiguiendo por las montañas a grupos de Cañaris que se resisten.

-Pero hemos venido -se empecinaba Duchicela- para proteger a mi abuela y no nos marcharemos sin intentarlo.

En vista de la situación, Sayri se ofreció a escoltarnos, lo mismo que Usuy (Hombre que trae abundancia), el marido de Illika.

Yo había llegado en muy malas condiciones, con mareos, dolor de cabeza, escalofríos y cansancio extremo. Me afectaba la altura y durante los días de subida no había conseguido adaptarme.

En compañía de Duchicela, me acercaba todas las mañanas a las charcas y Panti (Hombre agradable) me informaba:

-Esta charca es la más adecuada para tus dolencias- después de comprobar la temperatura- y ya te puedes bañar.

Duchicela y yo nos quitamos la ropa y tiritando nos sumergimos. Bañarme en aquella agua caliente me relajaba y era el único momento en que no tenía frío.

A los cinco días, los cuatro nos pusimos en marcha. Yo ya me había recuperado. Era, con mucho, el más débil, pues por primera vez en mi vida, me enfrentaba al intenso frío de aquellas altísimas montañas, cubiertas de nieve; en las que durante la noche, el ventarrón gélido casi me malograba el sueño.


Los Andes
Los Andes

Nunca eran suficientes las mantas y ponchos para protegerme, aunque me acurrucaba entre las llamas. Usuy se burlaba de mí.

-Me recuerdas a algunos de los compañeros que tuve en la Escuela de Cusco. Toda su vida había vivido en las Aldeas de la costa y cuando llevaban al Cusco, no dejaban de tiritar y de quejarse del frío. Uno de ellos enfermó y tuvo que volver a su aldea.

-No me extraña, - comente airado- es muy normal que alguien no se acostumbre a este frío y a la altura. Pero vosotros llevabais una vida regalada, propia de los privilegiados en aquella Escuela.

-No creas, uno de los jefes, el que nos enseñaba técnica militar, era especialmente duro. Cada mañana nos levantaba a gritos y nos hacía correr durante horas. Terminamos saliendo del patio y bajando hasta el río, lo teníamos que atravesar nadando, y así, chorreando de agua fría, volvíamos corriendo y hambrientos a nuestra habitación. Como nos iban vigilando, nadie podía escapar de aquella tortura. Algunos lo intentaron, pero fueron azotados y permanecieron todo el día en el patio, atados con estacas en el suelo, sin agua ni comida. Luego a nadie se le ocurrió repetirlo.

-Era un poco salvaje ese profesor ¿No?

-Bueno, se trataba de hacer de aquellos niños de ocho años, que lo habían tenido todo, unos recios soldados, que debían mandar a cientos y hacerse respetar en el campo de batalla, o funcionarios incaicos que debía transmitir toda la fuerza de las órdenes recibidas. En definitiva, ser el mismo Inca en todas las circunstancias, y reflejar su poder de hijo del Sol.

Una mañana, llevábamos caminando bastante rato, cuando empezamos a ver, con más claridad, la silueta de una montaña con la cumbre nevada. Me sentí avasallado por su presencia. Nuestro caminar era dificultoso, a nuestro alrededor, una nube de hojas secas, se arremolinaba bajos los sauces, de la ribera de un río. Nos detuvimos y ocultamos entre los matorrales al ver pasar, a media ladera, a un grupo de soldados. No teníamos ningún interés en explicar a nadie nuestra misión.

-Son guerreros incaicos -dijo Usuy- no nos han visto.

Cuando los perdimos de vista, reanudamos nuestra marcha.

Varios días después, llegábamos a Hatun Cañar, Duchicela no reconocía ya a su Aldea, había grandes edificios de piedra, donde antes únicamente se encontraban chozas circulares y almacenes. Los constructores acarreaban grandes piedras para las nuevas edificaciones, todos eran extranjeros, y a todos, mujeres y hombres, les faltaban las dos orejas.

Guiados por Duchicela nos encaminamos hacia su antigua choza, pero no la encontramos, en su lugar estaban edificando, en piedra, un gran palacio. Una de las mujeres que se afanaba puliendo los cantos de una gran piedra nos dijo:

-A todos los Cañaris que capturaban, los concentraban en un corral de llamas y cuando había suficiente organizaban caravanas para llevarlos al sur. Nosotros somos de Chachapoyas. Nos resistimos y fuimos derrotados, nos deshonraron cortándonos las orejas y nos castigaron a trabajar en esta Aldea.


Duchicela me pidió que la siguiera, y avanzamos por una calle angosta hacia las afueras. Llegamos al corral de llamas, nos ocultamos tras los matorrales. Allí, bajo la vigilancia de varios soldados incaicos, grupos de Cañaris se agrupaban en torno a hogueras, malheridos y hambrientos, nos sorprendió ver solo a hombres y mujeres.

-Para el trabajo -nos dice Usuy- no les interesa los ancianos ni los niños.

Con cautela nos acercamos al corral, para ver más de cerca si de verdad no había allí ningún anciano. Pronto nos convencemos de que todos eran hombres y mujeres capaces de realizar un largo viaje y ser útiles en trabajos pesados.

-Y entonces ¿Dónde podemos buscar a mi abuela?

-Desde luego -aventuré yo- no la encontraremos aquí. Tal vez esté escondida en algún lugar de la Aldea.

-Pues volvamos a buscar -se empecinaba Duchicela- tenemos que estar seguros de que no está en el pueblo.

Cuando nos dirigimos de vuelta a la Aldea descubrimos que alguien nos perseguía. Aunque procuraba ocultarse, sus movimientos lo delataban. Con disimulo Usuy se detuvo y escondió, mientras los demás seguíamos adelante, cuando el que nos rastreaba llegó a su altura, con presteza, lo agarró inmovilizándole, al escuchar el pequeño tumulto, volvimos sobre nuestros pasos ¿habíamos cazado un espía? Resultaba ser un joven, que pese a su camuflaje, Duchicela identifica como un Cañari.

-¿Qué es lo que tú buscas? ¿Por qué nos persigues?

El joven al escuchar hablar a Duchicela, le dijo:

-Al veros pensé que erais de esta Aldea. Tú te pareces a mi prima Duchicela, pero los hombres que te acompañan, no es posible que sean Cañaris.

-Por supuesto soy Duchicela, y tú ¿Qué sabes de nuestra abuela?

-Yo soy tu primo Parina. Sé que hay algunos fugitivos refugiados en la sierra, podríamos intentar localizarlos. A mis padres los enviaron a trabajar al sur. Yo hui y hace ya algún tiempo que me muevo escondido por la Aldea ¡no sé a dónde ir!.

En ese momento, un grupo de soldados nos avistaron y ante sus gritos, nos lanzamos calle abajo. Duchicela se me adelantó. Cada poco miraba hacia atrás para cerciorarse de que yo la seguía. No tardamos en salir a campo abierto y dejaríamos de oír los gritos de los perseguidores. Duchicela se sentó en la hierba y contempló cómo poco a poco se ocultaba el sol, recordando a su abuela. Los demás también nos acurrucamos bajo los arbustos.

Parina, el primo de Duchicela, comenzó a hablar:

-Entre los muchos sitios en los que se pueden haber refugiado los que huyeron de la Aldea, el sitio más lógico y más razonable es la laguna de la Culebrilla. Duchicela, seguro que tú recuerdas que allí una vez al año nos reunimos gentes de muchas Aldeas a celebrar entre danzas y ofrendas ritos en honor de la Culebra.


Laguna de la Culebrilla
Laguna de la Culebrilla

-Me acuerdo -musitó Duchicela- allí había una pequeña laguna alimentada por un riachuelo que serpea como una culebra y traía agua de los neveros de las montañas cercanas. Se vaciaba por un riachuelo, que se habría camino entre las rocas. Cada año bloqueamos esa salida con piedras y tierra. Cuando volvíamos al año siguiente el agua rebosaba, pero la laguna se había hecho más grande. Ahora seguro que ha crecido.

-Por supuesto -afirmó Parina- la última vez que yo estuve por la laguna el agua cubría las gradas inferiores del templo.

-Pues yo recuerdo -se explaya Duchicela- que ese templo estaba a bastantes metros de la laguna.

-¿Esa laguna está muy lejos de aquí? -pregunté yo.

-Apenas a dos jornadas -afirmó Parina- aunque hay que subir y bajar varios montes.

-Pues ya que estamos aquí -terció Sayri- podemos subir a esa laguna y tratar de encontrar a tu abuela.

A todos nos pareció bien y nos pusimos en camino hacia una cueva cercana para pasar la noche. La brisa movía las hojas. Las estrellas empezaron a dejarse contemplar en el firmamento, mientras nosotros avanzamos dirigidos por Parina.

El día siguiente amaneció frío y ventoso, ya desde primeras horas de la mañana se presagiaba desapacible, hasta las nubes barruntaban lluvia. Pero nosotros ya estábamos muy acostumbrados. Como nos había asegurado Parina, dos días después avistamos la laguna, y era a mediodía cuando dejamos atrás uno de los pasos más críticos y ante nuestros ojos se presentaba una maravillosa vista de la laguna. El viento riza la superficie con pequeñas olas, alrededor matorrales de montaña cubrían un paisaje desértico, en la orilla sur de la laguna un grupo de chozas rodeaban el templo.

-Bajaré yo -nos anunció Parina- para alertarles de vuestra llegada.

-Yo también iré contigo -se apuntó Duchicela.

Y allí nos quedamos viéndoles alejarse, ante aquella inmensidad me quedé absorto en mis pensamientos: grandes cumbres cubiertas de nieve, inmensas laderas de rocas desnudas y la laguna reflejando blancos jirones de nubes.

Al rato Duchicela nos hizo gestos y bajamos nosotros también, al llegar me detuve, respirando con dificultad, doblado por el flato, enseguida me enderecé y comencé a mirar en derredor. Un grupo de cañari de todas las edades me rodeaban, nunca había visto yo a tantos juntos, con la ropa y el peinado con el que había llegado, Duchicela y su familia a la Aldea del Virú.

Si yo los veía extrañado, ellos nos miraban a nosotros sin comprender como estábamos acompañamos a unos cañaris, gente de tribus tan distintas.

No obstante éramos recibidos con amabilidad y una de las ancianas se interesó por nuestra situación:

-¿Cuánto tiempo hace que no habéis comido?

Pero antes de contestar nada, Duchicela preguntó por su abuela.

Sin darle respuesta a su pregunta, nos llevó a una choza, pues el frío y el viento eran muy intensos también para ellos. Alrededor de una hoguera, nos calentamos, dejamos de tiritar y nos ofrecieron comida, aquel guiso de papas me llenó de energía, yo más que hambre tenía frío. Siento como si todo aquello le estuviera pasando a otra persona, viviendo como en un sueño, en una pesadilla.

En la conversación Parina se me acercó y me preguntó:

-¿Cuándo Duchicela llegó a tu Aldea, iba con ella su hermano Dumma?

-Sí, llegaron sus padres y hermanos y también Dumma.

-Dumma y yo éramos muy amigos, hicimos muchas travesuras juntos, y me quedé muy triste cuando se fue huyendo. Al llegar a esta laguna se me ha hecho presente tantos recuerdos, cada año llegábamos con la caravana de nuestra Aldea y cuando los mayores hacían sus danzas y ofrendas, nosotros corríamos bordeando la laguna, casi siempre ganaba Dumma pues era el primero que se atrevía a cruzar, metiéndose en el agua helada, el río que alimenta la laguna, otros éramos renuentes hasta que nos decidimos, cuando lo cruzábamos él ya nos había sacado mucha ventaja.

Formábamos un grupo de amigos de la misma edad. Solo Dumma y yo quedamos libres, los que no murieron están deportados en varios lugares, unos en el Cusco, otros en Chachapoyas y de otros no sé nada.


Perro peruano
Perro peruano

Cuando éramos pequeños cada uno de nosotros tenía un perro. Una señora nos repartió la camada de su perra. La mía era una perra pequeña, negra, que a la que enseñe a saltar cuando se lo mandaba, la que llamaba la Negra, aunque tenía algunas manchas en el cuerpo. Cuando nos reunimos siempre íbamos rodeados de aquella jauría de perros, con ellos hacíamos carreras y salíamos a cazar. Todavía algunos corretean por la aldea.

Mientras Duchicela continuaba preguntando por su abuela a todo el mundo. Pero las respuestas que recibía, más y más la desmoralizan. ¡Nadie sabía nada de ella!.

Hasta que un anciano aseguró haberla visto muerta, ese anciano resultaba ser el hermano menor de la abuela de Duchicela. Nos explicó que junto con su hermana salieron de la Aldea a refugiarse en las montañas, pero su hermana era muy anciana y no resistió nada más que tres días de hambre y agotamiento. Estaban en una situación desastrosa y una mañana al despertar descubrieron que ella había muerto mientras dormía.

Aunque todos más o menos lo esperábamos, esta revelación afectó con intensidad a Duchicela, no podía contener las lágrimas y ninguno de nosotros intentó consolarla. Todos lo sentimos, pero nada podíamos hacer, al fin la sospecha se trocó en certeza.

-Ya no tiene sentido -se lamenta Duchicela- seguir buscando. Lo mejor será volver. Aquí ya no tenemos nada que hacer.

-¿Yo puedo también acompañaros? -suplicó Parina.

Todos le miramos y fue Duchicela la que le explicó:

-Donde nosotros vamos todo es muy distinto. Siempre hace calor, y todo el campo está seco, solo hay vegetación en las orillas del río.

-Eso es cierto -la contradije con suavidad- pero lo mismo que tú te has acostumbrado, Parina lo podrá conseguir aunque le costará.

-Seguro que sí -aceptó Duchicela- ¡pero que luego no se queje!.



¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar